Ya estamos en la casa nueva, y también es que hay un pitido todo el tiempo, se escucha en los tres pisos. Viene desde dentro de los radiadores, como si ensartase el corazón del edificio. También la caldera aquí al lado.
La habitación es amplia y nadie sube. Estoy aquí, en mi modesta sala de máquinas. El propio borboteo me aísla. La mesa recibe la luz de la ventana y veo el vientre de las gaviotas cuando vuelan por encima. Pero el albino anda abajo, no me olvido: su vaso de leche fría y su paquete de virutillas de chocolate para el pan. Cuando ve la tele, se pone una capucha. Y la ve mucho. "¿Pero no ves que es una risa?", dice Ella.
Los hombres son débiles y desordenados, y las mujeres…bueno, a las mujeres les gusta estar con los hombres, ¿no?, y además luego se sienten infinitamente agradecidas. Mira por ejemplo Anasagasti. Es temeroso y obediente como un buey. Carece de iniciativa para las cosas más básicas. En cambio Ella… ¡Ella podría poner en marcha hasta un asedio! ¿Qué es lo que está mal aquí? ¿Soportar las excrecencias de la vida diaria a solas?, se me ocurre.